La construcción del Universo

LA CONSTRUCCIÓN DEL UNIVERSO (SEGÚN LAS AVES)

La construcción del universo según las aves, es una serie de  ilustraciones inspiradas en diferentes cosmovisiones representadas por aves que han adquirido cualidades humanas.

 

Una vez que la música toca la primera fibra, son imparables. Bajo su ropa esconden extremidades con una amplia destreza para el baile y se multiplican conforme va cambiando la complejidad de la melodía. Las  flores en su espalda se abren, se cierran y mueren, y dejan preparado el lugar para las que vienen. En sus piernas crecen helechos  meticulosamente rizados, plantas primitivas que les recuerdan a sus  ancestros y cuyas esporas propagan con su baile.

El movimiento casi coreográfico de sus plumas vuelve aún más ligera su danza. Sus movimientos son tan delicados que los cascabeles de sus pantorrillas no emiten sonido, pero si alguna se equivoca y hace sonar un solo cascabillo, el castigo es cortar sus alas. Pocas las conservan. La danza de las aves es rigurosa y se castiga con severidad a aquellas que no alcanzan la perfección. Pero ¿cómo alcanzarla si viven en un mundo imperfecto?.

Es injusto llevar bromelias en lugar de alas, pero qué otra cosa pueden usar las aves sabiendo que no volarán otra vez. Quizá por eso guardan las manos de quien las ve bailar. Algunas tienen el don de la vista, otras el de la gratitud y muy pocas el del amor, sólo con esas manos pueden ver su propia luz.

Marcan sus heridas con lanzas para valorar su aprendizaje, pero su memoria colapsa con cada recuerdo vacío y entonces se olvidan de la lección, se quitan las plumas y se quedan hincadas, pierden la voz. Por eso bailan, porque sólo la música les permite vivir y dar vida, llena espacios con tanto amor y gratitud que se olvidan de querer volar.

BLACKBIRD’S HEART

ENG. Illustrations for a poem / ESP. Ilustraciones para un poema


EL CORAZÓN DEL MIRLO
Gerardo Paredes


Al cerrar los ojos, soñó que era un pájaro.

Su plumaje, bordado de sombras, era agitado por la brisa.

Posado en una ventana, miró una parvada de sueños que revoloteaban alegres sobre los tejados. Entusiasmado, quiso volar, arrojarse al viento con la pasión del canto, incendiar con sus alas cada rincón del silencio… pero solo pudo correr con pasos torpes, y corriendo, siguió aquel rumor de vida que lo llamaba.

Los sueños se elevaron lejos, tanto, que sus aleteos formaron una línea recta y continua.

¿Dónde encontraría un par de alas para volar como un sueño?

Sin saber cómo, llegó a un jardín. En un rincón iluminado por la luna, halló hilachos de tiempo. Entre montones de horas perdidas, sus anhelos inconclusos formaban montañas que le parecían infranqueables; algunos aún permanecían expectantes: las mil grullas que cumplirían todos sus deseos, el velero en el que daría la vuelta al mundo, la primavera que sembraría el próximo invierno… sorprendido, corrió para alejarse de aquel vértigo que lo avergonzaba.

Pronto arribó a otro jardín en donde un pozo de luz le devolvió su propia imagen. Al mirarse descubrió que en sus manos florecían las promesas que había olvidado. Comprendió que éstas jamás lo habían abandonado y, pacientes, tejían con hebras de noche, un amanecer magnífico. Conocía aquel paraje: siendo muy joven sembró ahí el murmullo del canto que ahora recodaba. Supo entonces que estaba cerca.

Guiado por la medianoche, se aproximó a un tercer jardín. 

Al centro de un bosquecillo, la madreselva abrazaba un objeto luminoso que esperaba palpitante. Se abrió paso entre la maleza y observó.

Era su corazón. Su corazón de ave que aleteaba con fuerza, llenando con sus latidos, los secretos de la noche. Al guardarlo en su pecho, sintió un calor profundo y, convertido en vuelo, cantó en la madrugada.

En las noches más calladas, si cerramos los ojos y aguzamos el oído, lo podremos escuchar al vuelo, entonando el pulso de sus alas en flor.